Conque me decía sí
y me consignaba a la circunferencia mía, a mi
psicología de las cosas... Mi, mí, ¡meh! El
posesivo, odioso determinante. El posesivo lo que denota es épica, y
no quería más épica; tener que desbordar las cosas de su cauce
lírico, doméstico, y arrojarlo a la competitividad de la épica, de
tantos héroes verriondos... Prefería quedarme en una postura más
conformista. Respecto a aquello. Y por vez primera en mucho tiempo.
Le tendí la mano
y más a la aritmética de compensaciones que entonces creía que
regía las cosas; no me cuestionaba de la viabilidad de seguir
comprando fiebre, así, sin tasa ni hartazgo. Estaba seguro de mí
mismo.
Era adeudar cada
día a alguien muy generoso, que jugaba con tantos afectos/ilusiones
acaso por ociosidad, haciendo asimismo ociosos todos mis intentos por
medrar, crecer, mejorar.
Mejorar.
De ahí que
necesite aquí justificar lo siguiente, con arreglo a este solivianto
de alcoba, que pasa por ser el límite de mi circunferencia, en estos
días, pero que luego no; que ya tengo comprendido que no soy un
realista literario, y que no vivo en los años viente. ¡Los años
20! Así que me empaca el mismo revisionismo que al resto, pero con
mucha más calle. Y es una cosa de diario: consultas, trabajo,
reviento, OCIO.
Justificar lo
siguiente para cerrar una etapa, clarificar impresiones, atestiguarse
uno mismo en un cuerpo y en un lugar.
Lo que a
continuación se relata tiene que ver con un estado de ánimo febril
que me abrigó durante varias semanas, cerrándose ya el invierno de
2016, en las que tomé el impulso literario de dos autores ya
muertos, a raíz de una lectura simultánea que hice de dos obras
tocantes a ellos (una un ensayo biográfico de uno sobre el otro, del
más reciente sobre el más antiguo; la otra se trataba de un apunte
biográfico de una autora cualquiera acerca del primero, del más
reciente, del biógrafo del más antiguo); lectura que dio en
triplicar mis aristas del carácter, y que me transformó en un feliz
autómata, espontáneo y cargado de manías, durante las semanas que
duró el embrujo, resultando de aquello un genial conversador (tenía
saliendo por mi boca al mismo tiempo todo lo de tres: puntos de
vista, digestiones, proclamas).
No es tan difícil
como parece. Es una cuestión de imágenes, que diría Apollinaire;
una cosa de rechazar la lógica pesimista de este realismo atascado
de hoy, el que ha sellado el Arte con la burguesía (renovando su
compromiso) de la manera más catastófrica.
'Talking like touching. Writing like punching somebody'. Susan Sontag dixit. Sigue escribiendo, silvuplé (otros no estamos a la altura del malditismo que usté profesa, pero igual, quién sabe si poniéndome de puntillas, te alcanzo) ;)
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